LA SERENIDAD
(DAVIDA-RED) HUMANIZANDO LA VIDA
La Eucaristía es la verdadera ciencia de la comunicación amorosa. Es entrar al cuerpo místico de Cristo, esa conciencia que hace que todos nosotros seamos hermanos de Dios. Es la conciencia de la verdadera hermandad. Sabemos que la soledad es la edad del sol, de la plena madurez, de la propia compañía. Cuando tenemos soledad, tenemos paz y comunicación, así tenemos el compás de la vida.
Comulgar es comunicación interior, paz, comunicación con uno mismo a través de la soledad que establece o marca el ritmo de la vida. La paz interior es la que parte de la soledad en la que yo descubro mi propia compañía; cuando tenemos ese compás nace algo muy especial. Cuando cogemos el ritmo de la vida marcamos el compás que da nuestra propia nota; entonces empieza a surgir algo muy bello que llamamos serenidad. Es otra estrategia para comunicar el corazón con el alma y realmente es el descubrimiento interior, ya no del alma, la cualidad o la conciencia, sino del espíritu del ser. Serenidad realmente viene del ser. Somos lo que somos, el ser que somos cuando alcanzamos la serenidad. Serenidad es imperturbabilidad interior; es coherencia interior; es armonía interior que viene cuando marcamos nuestro propio ritmo o cuando producimos nuestra propia nota; es la condición única para la expresión del amor, para la expresión de la salud; es la expresión de una totalidad interior armónica.
Uno está sereno cuando es total y es total cuando es coherente, cuando es armónico interiormente, cuando no tiene ningún condicionamiento exterior para su comportamiento; en ese momento descubre su propio núcleo espiritual y el núcleo espiritual es algo que va más allá de la cualidad de la apariencia; que va más allá de la conciencia y que representa la eternidad en cada uno de nosotros.
Cuando se conquista la serenidad, el lago de la vida se vuelve sereno y se vuelve un espejo en el cual se puede reflejar el cielo. El cielo es nuestro espíritu. Nosotros tenemos la tierra, el agua y el cielo. La tierra es nuestro cuerpo físico; el agua son nuestras emociones que están marcando en buena parte nuestra personalidad.
Pues bien, cuando nuestras emociones se aquietan y el agua se vuelve transparente, se vuelve cristalina y está quieta, entonces se puede reflejar el sol; se puede reflejar el cielo; las estrellas; se puede reflejar el porvenir; se puede reflejar el Padre; la voluntad y todo aquello que en nosotros es permanente.
Conquistar la serenidad es conquistar la permanencia; nada de lo que no parte de la serenidad puede ser permanente; todo está cambiando, absolutamente todo es cambiante. La personalidad cambia, la edad, el tiempo y el espacio; cambian también las condiciones y la historia.
Pero hay un núcleo del ser que nunca cambia; hay un núcleo del ser idéntico siempre a sí mismo; hay un núcleo del ser en que todo se refleja como un espejo transparente; hay un núcleo del ser que representa el ser y que se expresa a través de la serenidad. Ese núcleo del ser siempre es el centro del universo. Cuando Uds. conquistan el centro de Uds. mismos están conquistando el centro del universo y cuando están conquistando ese centro siempre son el contexto del universo. Es decir, que todo aquello que miran, lo miran desde el punto de referencia, no ya desde el corazón sino desde el espíritu, de aquello permanente en Uds.
En un estado de serenidad, somos imperturbables. Hay días en que estamos serenos, en que nada nos toca, en que nada nos conmueve, en el sentido de que si nos conmueve interiormente no nos trastorna exteriormente. Hay días en que conquistamos un tiempo interior, días en que todo el mundo puede ir a la carrera, a toda velocidad y uno apenas se sonríe. Aunque todo el mundo corra y aunque uno mismo este corriendo, tiene quietud interior.
Cuando no somos víctimas de la velocidad exterior y descubrimos que la velocidad más grande es la de la quietud; porque cuando un hombre está quieto desde su conciencia, es omniabarcante y tiene la máxima velocidad, está conquistando la serenidad. La serenidad se conquista cuando el tiempo ya no es exterior; cuando el tiempo se mide en el tic, tac del corazón; en el compás de la vida que es el propio ritmo de la vida.
Yo puedo tener toda la salud física del mundo pero si no tengo serenidad, no estoy sano. Puedo tener un cáncer pero si tengo serenidad, estoy sano. Salud y enfermedad no son cosas distintas; la serenidad nos aporta la posibilidad de llegar a ese estado de la conciencia en que la salud y la enfermedad simplemente son maestros o son partes de un solo proceso de desarrollo. Allí cuando nosotros somos uno, ya somos perfectos; en la serenidad existe la perfección, entonces no hay necesidad de buscarla, porque ya lo somos interiormente. En la serenidad no existen causas ni efectos, existe la sincronicidad. El pasado, el presente y el futuro ya viven en nuestro corazón y como viven allí ya somos dueños del futuro; no somos por eso esclavos de las expectativas.
En la serenidad somos nuestro propio espejo, entonces no nos tenemos que comparar; no tenemos que ser ni mejores ni peores porque ya somos lo máximo; ya somos nosotros, ya somos únicos como realmente somos. En la serenidad todas las cosas se vuelven una oportunidad; el código de lectura ya no es catastrófico y ya no nos duelen las catástrofes porque de todos los eventos estamos aprendiendo la lección. En la serenidad existe el aprendiz; todos somos aprendices; nuestro magisterio es ser aprendiz; el mejor maestro es el mejor de los aprendices.
En la serenidad existe la humildad absoluta y como no existe la necesidad de compararse, ni de sobresalir, ni de competir, entonces ya podemos compartirlo todo y sabemos que todo no son nuestros conocimientos y aptitudes, sino que lo que compartimos es la vida. En la serenidad fluye la vida y la vida fluye siempre silenciosamente. La vida es aquello que no hace ruido, la muerte y la violencia siempre son ruidosas. La paz no es un ruido contra la violencia; la paz es un silencio interior que se nutre de la vida.
Así que en la serenidad se conquista la verdadera paz, no externa, no de la calma aparente, exterior; si no la verdadera paz interna, que es de donde puede fluir el verdadero río de la vida.
La mejor manera para descubrir en vivo la serenidad es ver en vivo un moribundo. Las personas combaten contra la muerte y se aferran a la vida, pero llega un momento en que no hay lucha, hay un momento en que hay un retirarse, un silencio interior. Hay un momento en que ya la mirada refleja una alegría profunda; en los ojos de muchos moribundos hay una paz y una alegría intensa y en ellos se puede observar mucha paz. Ese momento ya no es solo un momento de conciencia, es un momento de contacto espiritual, es decir, son momentos en los que no se produce tanto una calma hacia el exterior sino una profunda paz hacia el interior.
Esa paz se puede conseguir en la plaza de mercado, en tu casa, trabajo o en el Tíbet, la India, Londres y también en medio de la guerra; no importa donde uno esté. Pero esa paz es posible siempre, porque depende de nuestro ser que es inmutable, porque no depende de ninguna condición externa.
Cuando Uds. estén buscando la paz, busquen la serenidad y la soledad, cuando sepan ser su propia compañía van a ver que en el camino de la propia compañía está el camino del ser, que en ese estado de serenidad que les produce el contacto con el ser, existe un estado de conexión espiritual. Ese es un samadhi. Nosotros creemos que el samadhi es el arte de cerrar los ojos y repetir mantrams, no es así. El samadhi es el arte de comulgar con la vida serenamente desde nuestro corazón; desde lo más profundo y sagrado de nuestro ser. Cada vez que Uds. tienen un estado de alegría genuina; cada vez que Uds. No tengan un por qué y para qué de las cosas; cada vez que Uds. no tengan un si condicionante para lo que son o para lo que hacen, están alcanzando un estado de serenidad. Ese estado de serenidad ya no es un contacto con el alma, sino con el espíritu, con la chispa divina que hay en cada uno de nosotros; allí somos perfecta salud. En ese estado de conciencia nos sanamos aunque el cuerpo se muera porque entendemos que no somos el cuerpo, sino que ese ser representa la continuidad de la conciencia.
Vamos a rescatar aquellos momentos de la vida en que nos sentimos serenos; aquellos momentos de la vida en que nos sentimos serenos aunque nos hubieran ofendido o hubiera sido catastrófico todo afuera. Cuando conservamos nuestra solidez interior descubrimos que esos momentos frecuente y paradójicamente son momentos de crisis.
Los grandes desafíos despiertan lo mejor del ser, lo mejor de nuestro potencial espiritual. Cuando las pequeñas cosas derrumban la personalidad, las grandes cosas fortalecen el alma. Así que son las grandes crisis y los grandes desafíos, los que ponen a prueba nuestra paz interior.
La paz interior la reconocen en medio de la crisis. Uds. ven que en medio de la crisis todo el mundo sale corriendo y una persona se detiene a salvar a los otros; o que alguien se está ahogando y hay una persona que se tira al agua, esa no es la personalidad que calcula, no es la mente inferior, es el ser y se da en un estado de serenidad. Cuando en medio de la crisis mantenemos la serenidad, tenemos el timón de la vida; el timón es un norte espiritual que cada uno de nosotros tenemos. Tener ese timón de la vida dirigido al norte espiritual depende de practicar la serenidad en momentos de crisis.
Hay un solo enemigo de la serenidad y ese enemigo es el sentirse víctima de los eventos. Todos nosotros en la vida jugamos inconscientemente el juego de ser víctima; “del pobre de mí”, de” ser pobrecitos”; sufrir los eventos y buscar hacernos las víctimas para que nos protejan. No hay nada más agresivo, ni más deshumanizado, ni más lejos del ser y de la serenidad. Entonces vivimos de lamentaciones; nos hacemos los héroes y los mártires a través de la queja continua. Nos quejamos si el día está frío o caliente. No hay días feos ni bonitos; no hay momentos feos ni lindos, eso depende de los anteojos con que se mire. Si yo miro la vida desde la queja continua realmente nunca puedo obtener la serenidad porque la serenidad surge del heroísmo y del compromiso en un momento de peligro supremo.
Cuando alguien que es temeroso e indeciso actúa con valentía en un momento de peligro, o al ser atacado, podemos estar seguros que esa reacción es del alma, porque ahí no existe el miedo, ahí existe, el ser valiente que hay en todos nosotros. Que no es el que no experimenta el miedo; es el que aún en condiciones críticas o de miedo, sabe guardar su centro y ese centro interior es el núcleo de serenidad.
Vamos a reconocer esos momentos de la vida que mantienen nuestra serenidad y esos eventos que perturban nuestra serenidad. Miren todas las circunstancias de la vida en que Uds. estén irritables. Ya hemos visto que la irritabilidad es el veneno mas mortal de la vida, en ese estado de irritabilidad se pierde el centro; es víctima, se va a la deriva de los acontecimientos; se ha perdido el timón; se ha perdido el norte y no son seres espirituales. Es decir, en esos momentos ni siquiera se es humano; se es animal que ataca o huye, pero se ha renunciado a la conciencia humana; al nivel humano de la conciencia. Reflexionemos sobre esto. Tenemos un compás de la vida que es un ritmo espiritual; ese ritmo espiritual es saber vivir en soledad con serenidad.